.




















.

Algunas entradas

.





.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA PUERTA DE LA CALLE





LA PUERTA DE LA CALLE














      Para ser una puerta, tiene que haber dos lados. ¿Era acaso que yo quisiera desprenderme de uno de ellos? No es fácil, la puerta por fuera, de tan cercana, me parece un fantasma.

¿Cómo es posible que lo de un lado se desdibuje y lo del otro se configure, como una cordillera que hay que alejarse porque de lejos se puede ver?

Me parece ayer mismo, a la primera mirada veo que va a empezar, se siente presa del cuadrilátero de cada uno de los momentos contra los ojos vueltos a la pared en la que se veía cómo pasaban las horas que después eran segundos, eran instantes que no pudieron con su imposible y están pendientes de que los lleve a la calle, la calle entera llena de luz.

Los sueños, entonces fueron los sueños los que cogieron ese relevo y se dedicaron durante años a transitar, desde adelante para detrás, de arriba abajo, del pero sí al casi tampoco, e hicieron tantos jaleos que los dejé achicar.

Borra, mueve, serena, libera o intranquiliza, así fue como me fui olvidando de aquella puerta y de las piedras de mármol de los dos escalones que dividían interior y exterior.





El Cuadrilátero







      Tiene la cualidad de esperar, de entrar en él todo el silencio y no hay testigos. Se viste de solemnidad en cuanto pisas en él, en cuanto se queda a solas, en cuando se van las voces… en cuanto va a llamar, alguien que va a llamar te mantiene esperando y por eso te das largos paseos de la pared al banco, y después del banco a los arcos que, si los atraviesas, entonces ya nadie llama. Otras veces tú llamas y te reciben como si toda la calle llegase contigo, coges la aldaba de la que cuelga tu mano y entonces puedes pasar… y fue ese gesto tan repetido que fulminó los otros.

Voy a apagar las luces ahora para que suene en la puerta lo que estaba anunciado.





El Porche 






      Pertenece a los pasajes en los que salíamos a rondar el castillo; situado en el centro de la mitad, tenía dos alas sobre las que nos deslizábamos abandonando el sonido y el peso del día y de las noches. Podríamos haber sembrado campos  enteros de lluvia ya que era con los ojos cerrados como salía el sol. Por la noche, pasadas las horas densas entre cuadernos y sillas, tal como si se hubiese pintado una lámina temporal, tal como se suponía que se aprendía la física y se planteaban preguntas que no tenían ni solución ni sentido, alguien daba la voz que anunciaba que estaban libres la magia y aquel pasillo. Los jardines eran un círculo en el que se despertaba un lago que no se podía pisar, así que lo bordeábamos dando las mismas vueltas que las que daba la luna. Este claro de luz nos permitía andar por debajo del foso en el que siempre sonaba la melodía de teclas, pies y zapatos, allá en lo alto de la escalera, quedaban los quince años enamorados de su poema.




La Calle 



 

      La calle eran todas las luces de los meses de junio en el bulevar que se alargaban como las piernas para nunca morir.
      La calle eran los azulejos del color del ladrillo de encima de todas las mesas resumidas en una, la calle era todas las calles que desfilaban en una. 
      La calle era al final de la calle cuando llegué en un antes y me despertaron las ventanas tan grandes, las sábanas levantadas y los cepillos guardados en un bolsito todavía temblando.
      Luego crecí como crecen los árboles dando otra forma de ser a los jardines.
      Luego subía escribiendo las páginas en un libro con una trenka de cuadros en la portada y bajaba con otro libro en el que aparecían las páginas por la mitad.
      Luego daba largos paseos queriendo ser los personajes de cuantos libros leí.
      Luego irrumpía de repente en un sueño y le sacaba fotos que se veían desde el jardín. Recuerdo haber escondido varios tesoros y que corría siempre al anochecer a asegurarme de que no los habían robado las horas lentas de la mañana o el ruido extraño, desconocido, deslumbrante, del arco de la calle. Yo no lo puedo ver pero aún sigue allí el cofre con las palabras en cuyo puño entraban  los acertijos






La Bohème, Ezra Muqoli









No hay comentarios: