APARTE
calle de Monte Santo
Añoro la
felicidad. ¡Qué complicado fue construir ésta sencilla frase! Había demasiadas
palabras haciendo imposible ese sentido, me pareció un hallazgo valiosísimo
aunque ya no me acuerdo a qué imágenes la asocié. La descubrí anoche cuando ya estaba
demasiado cansada para volver aquí o a ningún sitio para guardarla pero entendí,
mientras me iba sumergiendo en el sueño, que en ella se resumen esos trabajos, todo
lo que, de tan absurdo, lo parecía. A veces no se llega a encontrar explicación
y el sentimiento deriva durante vidas enteras a la intemperie.
Hay miles, millones de significaciones que se ponen de
obstáculo, lo mismo para reir, salta desde el mismísimo centro un algo que no
contempla y se va a refugiar en alguna palabra. Otras se desvanece como
mercadería y es la fe lo único que se salva.
Añoro la felicidad, contra los plomos y los cascotes; mi ingenuidad
sin memoria sostiene el color claro del cielo al anochecer en verano y las siluetas
que se formaron en las nubes y que me parecieron documentos de amor tendidos por
los caminos. Entonces había caminos, serenos o tenebrosos como la voz; eran nombres
que luego, cuando el futuro, habría que recobrar para calzarlos de nuevo cuando
los pies anduviesen sin dueño.
Tiene que haber manzanas al ras suelo y mandarinas en la pared, tiene que haber silencio.
Tiene que haber manzanas al ras suelo y mandarinas en la pared, tiene que haber silencio.
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